viernes, 5 de junio de 2009

Sindrome de Peter Pan


El Síndrome de Peter Pan: Adultos en crisis, niños y jóvenes desorientados.
Oscilando entre el autoritarismo y la permisividad desorientamos a nuestros jóvenes que deben hacerse cargo de una autonomía anticipada para la que no han sido preparados sino más bien empujados.
Instantáneas de la vida cotidiana nos muestran adolescentes desafiantes, desmotivados y abandonando sus proyectos, protagonistas de escenas violentas ya sea como víctimas o victimarios. Niños opinando sobre todos los temas familiares sin distinción, consultados por sus padres como si fueran la opinión experta y decisiva, dirigiéndose a sus mayores de igual a igual, negociando aún lo que no puede negociarse.
Y los mayores mientras tanto olvidando que ante la defensa de los valores fundamentales sólo cabe firmeza. Entonces, abundan los “no” dichos a medias, los “si” dubitativos, los límites imprecisos y cambiantes que no dejan en claro qué está bien y qué está mal, cayendo siempre en un relativismo que justifica todo según las circunstancias. Pululan adultos que se desautorizan mutuamente delante de los niños (madre a padre y viceversa, padres a docentes, docentes a padres, etc. etc.), ha perdido jerarquía la “voz de la experiencia” frente a la del iniciado. Nada es certeza y todo es incertidumbre. El padre se presenta como amigo, reemplaza el vínculo parental por el fraternal y así nuestros niños y jóvenes quedan huérfanos no por no por no tener padres, sino por carecer de una auténtica autoridad. Sin referentes válidos, sin autoridad, que no es lo mismo que autoritarismo, en consecuencia se borra la conciencia moral y el sentimiento de culpabilidad tan necesarios para construir una convivencia pacífica con los otros.
Y .. sí, con adultos en crisis habrá jóvenes desorientados, y nuestros jóvenes seguirán mostrándonos lo que internamente nosotros como adultos no hemos podido resolver. Nosotros, sus mayores, seremos acaso como Peter Pan, eternos niños que se caracterizan por una inmadurez narcisista, que no asumen su crecimiento, su rol de adultos… ¿Seremos incapaces de asumirnos realmente con el compromiso que implica ser padres de nuestros hijos., examinar nuestras conductas, hacernos cargo de una relación que se debe caracterizar por la asimetría? Ni más ni menos: que el adulto sea adulto y el niño –adolescente, una autonomía responsable sí, pero que contemple la añeja frase que repetía mi abuela: tiempo al tiempo.
Miriam Alonso

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